-Esta noche es la noche de los globos -
dijo la camarera.
- ¿Globos? - pregunté.
- Si, cada 16 de septiembre, para
terminar la temporada de verano, todos los clientes y empleados del hotel
hacemos una suelta de globos.
- Parece divertido - dije bastante apática
mientras daba un sorbo a mi ron-cola.
Llevaba 15 días en aquel espectacular
complejo hotelero y, lo que iban a ser unas vacaciones increíbles, se estaban
convirtiendo en un infierno por culpa de mi novio. Se pasaba el día bebiendo,
ignorándome e intentando ligarse a cualquiera que se le pusiera a tiro. Si no
me había marchado antes era porque aquello me había costado un pastizal y por
lo menos desconectaba del mundo oficina.
- A cada globo se le ata un sobrecito
con un deseo dentro. Cuentan que si el globo no se explota o no cae, el deseo
se cumple.
Llegó la noche y allí estaba yo. Rodeada
de gente sonriente con sus globos en la mano. De fondo se escuchaba "Viva
la vida" de Coldplay. Cogí un globo verde esperanza, le até el sobrecito,
miré al cielo y lo solté. Lo seguí con la mirada hasta que se me perdió de
vista. Mi novio estaba intentando ligar con una rubia que había conocido cerca
de la piscina. Yo tomé un trago de champagne y me fui a la habitación a leer.
No sé a qué hora debí dormirme. Unos golpes en la puerta me despertaron. Miré
el reloj y eran las 5.38 A.M. Seguro que era el imbécil de mi novio que se
había dejado la llave. Al abrir la puerta me sorprendió no ver al imbécil. El
señor Fernández, director del hotel estaba frente a mi puerta.
- ¿Ocurre algo? Es muy temprano - dije aún
medio dormida.
- Verá señorita García. Acabamos de
encontrar al señor Martínez en la piscina. Al parecer bebió demasiado y se ha
ahogado.