—¿Qué te ocurre? —le preguntó su amiga.
—Nada —respondió—, solo nostalgia.
—¿Nostalgia? —se extrañó la otra.
—Solo son recuerdos que me han venido al ver este
cuadro —Aclaró ella—. De cuando llegué a este lugar.
—¿Buenos o malos?
—De mi luna de miel.
Las
imágenes se sucedieron en su cabeza y la secuencia de lo que allí ocurrió hizo
que un dolor, en apariencia olvidado, regresara a su corazón. Un pesar
insoportable que caía sobre ella como una losa de hormigón acrecentando su
agónica sensación de culpa y devolviéndole a la realidad de unos actos que
destruyeron toda su felicidad.
La pintura
mostraba una sencilla calle de casas bajas de madera, de colores vivos, con
porches al sol y la incesante melodía del son cubano a punto de ser escuchada
en cualquier momento. Era un recordatorio de sus pecados. La escena de una
cruel infidelidad y un horrendo desenlace.
Una lágrima
apareció en sus ojos.
—¿Zaira?
—Tranquila —suspiró—, estoy bien. Vámonos.
Y ambas
amigas salieron de aquella habitación en La Habana.