Raquel bebió sorbo a sorbo, tal y como él le pedía, el tazón de
chocolate caliente. Cuando terminó, le dijo que se encontraba muy cansada y que
prefería acostarse pronto. Vio cómo sus pupilas brillaban de alegría pero, aún
así, le dio un beso en la mejilla.
Pablo entró en la habitación y contempló durante unos segundos el
cuerpo de su mujer en la cama. Parecía dormida. Se aproximó y le tomó el pulso
con cuidado. Estaba muerta.
Se dirigió al salón y, entre sollozos, telefoneó al médico que
trataba a su esposa, el doctor Jiménez.
-Si doctor , ha debido ser
el corazón. Ya lo decía usted…
-Lo siento. Cálmese y tome
algún tranquilizante. Salgo ahora mismo hacia su casa.
Pablo se sirvió un güisqui y salió a la terraza. Encendió un
cigarrillo y se tumbó en una hamaca.
Transcurridos unos minutos sonó el timbre y abrió la puerta
al médico.
-Le reitero mi pésame,
pero he de ver el cuerpo.
-Acompáñeme, por favor.
Está en el dormitorio.
Atravesaron el pasillo y Pablo abrió la puerta. Ambos se miraron
con estupor: la cama estaba vacía. Pablo comenzó a notar un fuerte dolor en el
pecho y cayó desplomado.
Raquel se vistió con su mejor traje de chaqueta negro. Acudió sola
al entierro de Pablo conduciendo su deportivo.
-Lo siento Raquel… Ha sido
todo tan rápido…
-La verdad es que no he
tenido tiempo de digerirlo. Gracias, Manu, por venir. Tú eras su mejor amigo…
El doctor Jiménez se encontraba en el aula Magna de la facultad de
Medicina. Ese día explicaba a los futuros médicos los efectos que producían en
el corazón las toxinas que formaban parte del veneno de algunas serpientes. Un
alumno se levantó:
-¿Los efectos producen la muerte de forma instantánea?
-Buena pregunta. Una vez
formé parte como forense de un caso en el que un hombre administró a su pareja, en
pequeñas dosis, la mencionada toxina. La esposa acudió a su médico extrañada ya
que nunca había tenido problemas cardíacos. El especialista acudió un día a
casa de la enferma, vio la víbora dentro de su terrario y no dudó en sospechar
del marido. Consiguió el antídoto y la mujer dejó de sufrir.
Cuando terminó, se dirigió a casa de Raquel. Subió en el ascensor
pensando en el gilipollas de Pablo.
Raquel le esperaba con una botella de champán y dos copas:
-Cariño… ¿Ya te has
deshecho de la maldita serpiente?
-Sí, esta mañana. La he
llevado a un sitio de esos que acogen bichos raros…