La niña despertó de
su sueño con una gran sonrisa de satisfacción. Había vuelto de su enésimo viaje
al mundo de sus deseos con la certeza de saberse feliz. Allí ella era la reina.
Su madre la miró y
una mueca de complicidad se dibujó en sus labios.
— ¿Has estado allí? —Le preguntó a su hija.
—Si —Contestó con un brillo especial en sus ojos.
— ¿Has bailado? —Insistió la madre.
—Y cantado, reído,
jugado… ha sido alucinante mamá —Su mirada trazó un haz de esperanza que heló
la sangre de la mujer— ¿Podré volver?
—Siempre que quieras. Esta allí para ti… por ti —Un nudo en
el estómago le produjo un dolor en el corazón— Podrás ir todas las veces que
quieras— Le dijo acariciando su pelada cabeza.
Después de unos de
segundos de silencio la niña susurró:
– ¿Y tú estarás triste?
—No —mintió tragándose la dolorosa verdad—, ya que sabré que
estás allí.
Dos días después la
niña viajó, para no volver, al mundo de sus deseos y se convirtió en la
bailarina bajo la lluvia más querida del universo.
Su madre, mientras
tanto, entregaba el cuerpo sin vida de su hija al infinito y grababa a
fuego en su epitafio “Baila por
siempre, mi pequeña bailarina”.