Danzaba. Era la hacedora de mundos. Y danzaba. Cada uno de
sus movimientos mutaba todo aquello que le rodeaba. Y danzaba. Los vientos la
rodeaban, sacudiendo sus vestimentas, extrayendo de ellas el agua de la vida. Y
danzaba. Las gotas de lluvia caían de los cielos, atraídas por su mágico
paraguas. Y danzaba. Con un gesto, las tierras yermas se transformaban dando
lugar a grandes bosques, a fértiles tierras, a enormes desiertos. Y danzaba. De
puntillas, para evitar romper el frágil equilibrio de sus creaciones. Danzaba.
Cerrando los ojos para concentrarse en la música que solo ella podía oír.
Danzaba. Ajena a la destrucción que sus hijos llevaban a cabo, millones de
mundos más allá.
Danzaba. Porque eso es lo que ella hacía; era la hacedora de
mundos. Protegerlos o salvarlos no caía en sus obligaciones. Solo danzaba.