No podía parar, ya lo había intentado muchas veces,
incluso había intentado tirarse en marcha, desestabilizando la bicicleta...pero
siguió su marcha sin detenerse, impertérrita. Tampoco podía dejar de pedalear y
no encontraba a nadie para pedir ayuda. El miedo no le dejaba pensar. ¿Cuanto
tiempo llevaba subido en ese sillín de cuero gastado?... No lo sabía, apenas
podía recordar cómo llegó a sus manos esa maldita bicicleta.
Al pasar bajo el puente,perdió toda esperanza. Si
seguía ese camino pronto saldría de la villa, en dirección a los campos. Ese
artefacto rodante bajo él llevaba su propio camino, ya que giraba entre las
callejuelas sin su dirección ni consentimiento, con un destino misterioso que
él desconocía. Era un pasajero involuntario, atrapado, incapaz de controlar el
incipiente terror que se apoderaba de todo su ser.
Una pregunta le atormentaba, incansable, una certeza
que en forma de interrogante le despellejaba el raciocinio, ya tan volátil: ¿Donde
estaban los otros, la gente?
Un edificio iba acercándose, aunque pudiera ser que
fuera él quien, cada vez más veloz, rodaba hacia las verjas que lo flanqueaban.
Empezaron a abrirse, en un silencio majestuoso, dando a su memoria un destello
fugaz de reconocimiento...
En el último tramo del camino, recuperó súbitamente
el control sobre esa bicicleta, sorprendiéndole. En ese último momento, decidió
dejar la gran casa tras de sí, al seguir pedaleando como alma que lleva el
diablo.