Apenas hacía cuatro días
desde que las tropas aliadas entraran en París. Todavía sentía miedo por las
noches y seguía refugiándose bajo los puentes del Sena. Pero hoy sería
distinto, todo había pasado. Unos disparos procedentes de los alrededores de la
catedral le hicieron encogerse y detener su bicicleta. Empezó a temblar y se
tapó los oídos con las manos al tiempo que cerraba los ojos esperando nuevas
ráfagas. No hubo más disparos. Abrió los ojos y sonrió levemente. Todo había
pasado... Por fin.
(París, 29 de agosto de 1944)