—Lo siento, pero sigo sin creer que sea mío.
—Me estás insultando con tus dudas ¿me oyes, bien? ¿Acaso
dudas de mi fidelidad?
—No, claro, pero mírale; tan simpático, con esos grandes
ojillos, de piel clara... No, no puede ser un hijo de la oscuridad.
—Dos cosas: una, si es tan mono, es culpa tuya, por
emborracharte y engendrarlo en Navidad...
—Ehm, sí, no debí beber la sangre de aquel borracho...
—Ehm, sí, no debí beber la sangre de aquel borracho...
—Y dos, al menos es vampiro; podría haber sido peor. Mira a
Drácula, que adopta a una niña*, y se le va con el primer dragón que pasa.
* Ver Dracurella, de Julio Ribera.