—Señor, no quiero contradeciros, pero...
—He dado orden de que no se le moleste, y no debe
molestársele.
—Disculpadme, pero me parece impropio de vuestra majestad...
—Escuchadme bien, está bajo mi protección. Dad orden de que
no sea asustado, por el contrario, alimentadlo y complacedlo para que esté a
gusto.
—Pero, señor si es solo un murciélago.
—¿Solo un murciélago? No, amigo Blasco, es más que eso; que
un murciélago anide en mi tienda es una señal del cielo. Sé con certeza que muy
pronto, en cuestión de semanas, la ciudad se rendirá, y seré por fin coronado
Rey de Valencia. Ahora id, y haced como os he pedido.