Soy pequeña, y menuda. Pascualina me llaman y soy una brujilla de
muy corta edad. Tengo poderes ocultos
que me permiten ver, saber e intuir aquello que los adultos se empeñan en
ocultar. Traspaso sus miradas y veo más
allá, pero a veces no entiendo las motivaciones de los mayores para portarse
tan mal, hacer lo que hacen y ser tan mezquinos con los demás. No puedo dejar de actuar para compensar
aquello que no me gusta y dejarlo colocado en su lugar. Solo vivo con mi madre, pero ella en
sobrevivir ocupada está. Así que campo por mis respetos, voy y vengo en total
libertad. Puedo recolocar la balanza en
su lugar.
Cada día al subir al ascensor
para ir a la escuela adivino en los ojos de la vecina de enfrente el odio por
la Sra. Pilar. Le saca la basura y la
deja donde su caniche la pueda alcanzar.
Mi vecina de enfrente es muy anciana.
Su perrito le alegra con sus ladridos y juegos acompañándole en su
soledad. Pero la vecina de enfrente no la
soporta. Sé que le desea hacerle mal. Su caniche alcanza los restos de su basura
para que el caniche, hurgando, se coma el raticida que en la bolsa va.
Sé que la vecina de enfrente
también le gusta fumarse sus cigarros en el ático contemplando la cumbre del
volcán, bajo un sol estrellado, recuerda días lozanos de una mejor edad. Cada noche apoyada en la escalera de
incendios cree volar, con los brazos
abiertos y los ojos cerrados, sueña que en el Titanic va. Esa noche los tornillos de la escalera
sueltos están. Una pena para mi
vecina de enfrente que al contenedor de
basura del callejón con sus huesos fue a dar.
Cuando llegó al suelo desde el tejado
por un momento a Leonardo de Caprio
vio que la venía a buscar.
Confundió el contenedor con un barco y al basurero con un galán.
Me gusta oír ladrar al caniche de
la Sra. Pilar. Que no se me olvide
devolver la llave inglesa al portero de
mi casa.
Que hombre tan amable al fin me la pudo prestar. Porque estaban muy duros los tornillos de la
escalera de incendios y casi no los consigo soltar.