Pascualina baja por su calle dando
brinquitos, feliz como una perdiz. De
camino a la tienda de chuches llevaba sus moneditas en la mano para comprarse
unas barritas de regaliz. Al entrar en
la tienda se encontró un barullo de muy mal cariz.
La tienda estaba llena de gente y
solo atendía la sobrina de los dueños, que le vendió el regaliz sin mirar a
Pascualina. En el fondo del local,
algunas vecinas intentaban confortar a Julia la tendera, que lloraba sin
consuelo la muerte de su marido Andrés. La
tendera sollozaba sin consuelo, lamentando no haber podido despedirse de él. Entre sollozos y lágrimas,
pedía verlo otra vez, aunque fuera un momento, para decirle que no podría vivir sin él. La pequeña brujita cruzó su mirada con Julia
y vio en sus ojos lo que había en su interior.
Pascualina impresionada decidió
cumplir el deseo de Julia de ver a Andrés.
Que menos después de todo el regaliz que el tendero amablemente le
regaló. Así que volvió a casita y cuando mami dormía, un conjuro le envió.
Andrés volvió esa noche, para que
Julia pudiera despedirse de él. El tendero retornó de entre los muertos y
delante de Julia se plantó. Ella un
susto morrocotudo se llevó, entre balbuceos y pucheros de rodillas le empezó a
pedir perdón. La mujer del tendero
repetía una y otra vez; que no se había dado cuenta, y no podía entender, como la
sopa de pollo llevaba ingentes cantidades de almendras, que la muerte de Andrés
provocó. El pobre era alérgico y tanta almendra no soportó.
A la mañana siguiente Julia apareció
colgada de una lámpara con su confesión.
Con la sopa de pollo había matado a su marido y los remordimientos no
soportó. Así que en un momento de desesperación,
la vida se quitó. Esa noche Pascualina
doble ración de regaliz comió.