—¿Estás seguro de que allí encontraremos sus almas?
—Monsieur Verne lo aseguró —le
contestó su compañero.
—Monsieur Verne creo que se burlaba de ti —opinó el otro hombre con
gesto dubitativo—. Contestar riéndose “por supuesto” a tu pregunta de si las
almas suben hasta la Luna no creo que sea asegurar nada.
—Eres un incrédulo, ¿dónde van a ir si no?
—¿Al Cielo? —sugirió el otro.
—¿Y dónde está el Cielo? ¿Tú lo ves? Hemos ascendido como ningún otro
hombre lo ha hecho y lo único que vemos es la Luna cada vez más cerca.
Su acompañante observó el enorme satélite que cada vez estaba más
cerca.
—¿Y por qué no hemos utilizado un cañón como monsieur Verne? —siguió
preguntando.
—Porque no teníamos ninguno y él no me replicó cuando le expliqué mi
idea del globo —continuó argumentando su compañero.
—No pudo porque le dio un ataque de tos de tanto reirse —contradijo su
amigo no muy convencido.
Ya podían verse claramente los cráteres y el satélite era diez veces
más grande que el enorme globo que los impulsaba.
—Hombre de poca fe —dijo el más viejo con una sonrisa—. Ahora sólo
queda aterrizar.
—“Alunizar” querrás decir.
El otro le miró enfadado mientras soltaba el aire del globo y la
barquilla inciaba su descenso hasta alcanzar tierra… quiero decir, luna. El
golpe estremeció a sus dos ocupantes que se sujetaron el sombrero con una mano
mientras se agarraban al borde de la barquilla con la otra.
—Bien, y ahora ¿por dónde comenzamos la búsqueda? —preguntó el más
joven.
—No estoy seguro —respondió su compañero.
Un hombre de grandes bigotes apareció ante las miradas sorprendidas de
ambos pasajeros.
—Bonjour mes amis —saludó.
Ambos lo miraron perplejos.
—Es de buena educación contestar a los saludos —les conminó el extraño
hombre atusándose los largos bigotes.
—Bonjour monsieur…
—De Bergerac, Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac. ¿Acaso no conocen
mi historia? Permítanme que se la relate.
El hombre carraspeó mientras comenzaba.
—Ésta es la historia de cómo Cyrano llegó a la Luna… “Estaba la Luna en
lleno y el Cielo despejado, y ya habían sonado las nueve de la noche…”