Aquí, solo mirando hacia arriba
frente el universo. Invocó toda su energía, pidió que le envíe todo el poder para superar y obtener aquello que ardía
de deseo en su interior. Y le gritó:
— ¡Quiero que ella sienta todo el dolor que con su desprecio me
infringió!
Y, en esa noche sin luna, empezaron
a llover esferas de luz; caían despacio, a cámara lenta, quedaban desperdigadas a su alrededor, iluminando tenuemente toda la ladera de aquella montaña. Se
acercó a cada una de ellas esperando que al tocarlas le inundara alguna fuerza
que le encaminara hacia su venganza.
Algo que alimentara su ira y su odio.
Buscando algo con lo que combatir y apaciguar el dolor que el rechazo le
producía.
Según iba tocándolas, sentía su luz
inundándolo. Poco a poco fue consciente de que parecía una polilla en una noche
de verano. ¡Qué mierda era esto! Yo pedía armas con las que herir; desprecio,
inquina, rabia, ira, furia con las que atormentar lo más intimo del ser que
albergaba en ella. ¿Y él qué le mandaba? Amor, esperanza, sensibilidad, ternura, afecto,
cariño.
El dio amor y recibió
desprecio. Dio odio y amor recibió. El universo se ríe de él una vez más. ¿No
decían que el universo compensa? ¡Oh sí!;
ahora caía, si que compensa. Por fin lo entendía, solo tenía que odiar para
recibir amor.
Se plantó con todo su rencor
delante de ella, y decidió.
Se lo escupiré a la cara y cuando
reciba todo su amor, mi venganza se habrá consumado.
Cuando ella lo vio llegar rodeado
de luz, con una halo de infinita belleza, no pudo evitar amarlo con todas las
fuerza de su ser. Y cuando estuvieron
uno enfrente de otro, mirándose a los ojos, él pudo elegir amarla u
odiarla. Y al elegir odiarla, les condenó
a los dos a una eternidad de desamor.