Volaba
por el espacio en órbitas perfectas en torno a su habitación. Cada noche, mientras aquellos a los que
llamaba padres dormían profundamente, él exploraba el cielo circundante sin
alejarse, observándolo todo. Cuando regresaba a su casa, a su cama, con los
ojos cerrados, se concentraba para ver el cosmos, con sus galaxias,
constelaciones, estrellas enanas, blancas, amarillas. Era capaz de llegar a sus confines con sólo
desearlo viajando por agujeros de gusano.
Visitaba su lugar de origen y luego regresaba para seguir con su misión.
Estudiar aquel pequeño planeta azul, en el que había surgido una epidemia voraz,
que lo estaba destruyendo y que amenazaba con extenderse a otros planetas,
donde sobrevivir y perpetuarse hasta hacer que colapsara el espacio
conocido. Volvía cada noche porque
temía ser contagiado con ese virus, y acabar siendo absorbido por esa epidemia
que se llamaba a sí misma: humanidad.