Miraba hipnotizada las
llamas del fuego que bailaban de forma alegre y sensual en la hoguera. Mientras, en su interior, ardía un dolor
insoportable. Una vez y otra había leído
la despedida en la carta que encontró al llegar a su casa. El amor de su vida no volvería más.
Veía las ascuas danzar
de forma delirante, al son del crepitar de los troncos que alimentaban la
hoguera. Estaba sentada en una piedra,
al calor de las brasas, leyendo la carta de despedida, otra vez. Su mano
temblorosa acercaba la misiva a las llamas.
El fuego anhelaba, deseoso, devorar ese
combustible blanco que lo alimentaria.
Poco a poco esas
llamas danzantes la atraían más y más. Tanto
acercó la carta, que el fuego extendió una mano ardiente, alargó una llamarada,
y al contacto consumió su despedida en forma de papel, rápidamente.
Ella oía dentro de la
hoguera, como esas palabras escritas eran devoradas entre las brasas. Sonaban como una canción de cuna. Por un
momento desapareció el dolor de la despedida. Sentía el calor en la piel del rostro, le secaba las lágrimas y le calentaba el frío
de su despedida. No se percató de que el deseo del fuego había ido más
allá. Ya lamía sus piernas y deshacía su
piel, Consumía su carne. Ese calor
inmenso consumió su dolor, la consumió hasta los huesos. Por fin, todo alrededor había
desaparecido. Ella había desaparecido. Ya
no sufrió más.