El sonido del tafetán
negro de sus amplias faldas silenciaba, al moverse,
los chismorreos de las tres
comadres. Su porte estirado conseguía acallar el murmullo de sus
vestimentas, que se retorcían levemente y gemían, atrapadas en aquellos cuerpos
secos. Entre susurros adoctrinaban y
juzgaban, como doctoras de su iglesia, el comportamiento de su vecindario. La tela de sus vestidos se esforzaba en
acallar los inmisericordes comentarios.
Las costuras se retorcían y oprimían sus torsos vacíos de piedad. Aquellos tristes ropajes se teñían de
oscuridad, envolviéndolas, cobijando su
falta de compasión. Las tres comadres encorsetadas dentro de sus
vestidos de viudedad, cada vez mas oprimidas, asfixiadas por sus vestimentas,
ahogadas por sus comentarios, murieron.
Tres trajes mortuorios envuelven, ahora, en tres tumbas, a tres comadres
inmisericordes.