La botella apareció en
la playa, las olas la abandonaron suavemente sobre la arena. Los niños alborotaban divertidos con el
hallazgo y se la pasaban alegres de mano en mano. Jugaban a piratas y la botella llenó de magia
el juego de todos los días. En su
interior no había ningún papel, ningún mensaje, ningún mapa del tesoro, sólo
una pequeña figurita de madera que parecía un pequeño marinero tallada de
forma tosca. Las expectativas pasaron a
decepción y los niños perdieron el interés.
Al caer la tarde se fueron marchando, de uno en uno se fueron retirando
de la playa, recogiéndose en sus casas al calor de sus cómodas camas y soñar con
aventuras en lejanos mares, dónde descubrir nuevos paisajes. Nuevos juegos con
los que disfrutar junto con sus amigos en esa cercana playa. Todos menos uno. Uno que consiguió tener al
pequeño marinero en sus manos y lo acompaña rumbo a otra playa.