La juventud pasó con todo su esplendor. Exuberante. Dejando en el aire su
aroma fresco y dulce, atrapando las miradas en la exhibición de su colorido.
La madurez murmuraba. Confidencias entre la envidia y los prejuicios,
cuchicheos enlutados que maldecían lo que se escapó para siempre.
La vejez, con el frío que otorgan los años, observaba tras la comprensión
que da el haber vivido. Silenciosa. Serena. Atenta al Tiempo, dueño y señor de
la escena, que marcaba su territorio como había hecho siempre, poniendo a cada
cual en su sitio.