—Madre, ¿estás despierta?
Esa frase retumbaba incansable a su alrededor, pero no sabía
si se dirigía a ella. Ojalá alguien contestara, era un martilleo incesante...
El ingeniero movió la cabeza dubitativamente y miró al
vigilante sin decir nada; habían intentado ya todas las maneras posibles
despertar a Madre, sin resultado alguno. Vigilante formuló la pregunta de
nuevo, con un matiz desesperado en su voz, si eso era posible. No concebía la
existencia sin ella.
Al fin parecía que menguaba, ese murmullo molesto, y Madre
volvió a su rumbo entre las estrellas.
En la Odisseus, todos estaban condenados a un viaje sin
futuro. Llegaría un momento en el tiempo en que la hibernación fallara para los
seres que la habitaban, pues hasta las máquinas llegan a la vejez. Vigilante
pensó en aquello y mucho más, en su cerebro de sinapsis lumínica, y por primera
vez experimentó eso que llamaban soledad.
Sorprendió al humano junto a él, al preguntar por última
vez:
—Madre, ¿por qué me has abandonado?