Los ojos seguían mirándola, fijos, sin transmitir
sentimiento alguno. La sirena no pudo evitarlo, se giró hacia la criatura y le
dio un beso. El gran pez abisal abrió la boca en el momento en que los labios
de la sirena llegaban a ella.
El sombrero de copa con
el que había jugado fue descendiendo despacio rodeado de agua rojiza.
Finalmente llegó al fondo, donde quedó inerte al lado del libro de cuentos.